sábado, 17 de enero de 2009

Soy ateo. Fernando G. Toledo y Fernando Cuartero.

Probablemente dios no existe, deja de preocuparte y disfruta la vida. Ésta es la publicidad atea que, ciertamente, está haciendo mella en Barcelona, y próximamente en Madrid. Hay quien a esta publicidad la llama «propaganda laicista», e incluso, quizá por estar mal acostumbrado, se permite decir que es anti-Dios, anti-iglesia y anti-moral.

No es cierto, por supuesto, como vamos a ver. Aparte de que probablemente no existe ningún dios, esta campaña es, simplemente, la constatación de un hecho, y desde luego, no es anti nadie, sino la prueba de que ha llegado la hora de que los no creyentes también puedan expresarse. Es simplemente la salida del armario de los ateos, el outing propugnado por el profesor Richards Dawkins, promotor de la campaña.

Además de esta campaña, también estamos viendo como los ensayos contra la religión que aparecen en las librerías se convierten en superventas, Dawkins, Onfray, Hitchens, Stenger están de moda, y también las solicitudes de apostasía continúan su ritmo creciente. El ateísmo está tomando una nueva conciencia, mucho más activa en nuestra sociedad, y los ateos, entendiendo como tales a aquellos que no creemos en la existencia de ningún dios, cada vez nos encontramos más cómodos en esta sociedad, pese a todos los ataques eclesiásticos. Digo este concepto de ateo, pues no hay que olvidar que, de hecho, todo el mundo es ateo para otras religiones, y los cristianos son ateos respecto a Alá, Zeus u Odín.

La presencia de los ateos, hasta ahora los grandes olvidados de nuestra sociedad, es necesaria, pues somos muy numerosos, mucho más de lo que algunos creen y a muchos les gustaría; si bien el gran problema es que, a diferencia de otros grupos religiosos, no estamos organizados, por lo que, le pese a quien le pese, este primer paso es necesario para generar una masa crítica con aquellos que deseamos salir a la luz y así animar a otros a hacer lo mismo, si bien esto no es proselitismo, sino simplemente abandonar nuestro tradicional silencio. Esto podrá traer como consecuencia que se nos tenga en cuenta al mismo nivel que las religiones organizadas, pues, ¿qué debemos hacer con la X en la casilla de la renta los ateos? ¿O cual es la opción escolar para nuestros hijos?

Por tanto, la campaña no es anti-Dios, pues aparte de que probablemente no existe, sólo se plantea una duda, incitadora a la reflexión, pero es que tampoco es anti-Iglesia, ¿en qué?, o al menos no lo es todavía, pues en un futuro habrá que hablar de su financiación a la que, obviamente y espero que se entienda, los ateos no queremos contribuir. Y mucho menos esta campaña es anti-moral. ¿Acaso se tiene una mejor moral por practicar una religión? No sólo no hay pruebas de tal cosa, sino que las hay, y abundantes de lo contrario. Pues por un lado, la religión envenena aquello que toca, como podemos ver en abundantes ejemplos de la historia, o mas actuales, en guerras como Irak, Afganistán, Irlanda del Norte, Bosnia, Sudán, o el conflicto en Cachemira entre India y Pakistán, que quizá podrá devenir en una guerra nuclear por motivos religiosos. O como la interferencia en la enseñanza de la biología, intentando desterrar a la evolución científica en los Estados Unidos, o el ataque a las libertades de la mujer en materia de aborto. Pero ¿es que acaso es necesaria la religión para la moralidad? Parece que muchas personas consideran escandaloso, incluso blasfemo, negar el origen divino de la moralidad. La cantinela de la inmoralidad congénita que padecerían los ateos es ya un lugar común en la crítica proveniente de círculos confesionales, y nada más falso. Si la religión fuera necesaria para la moralidad, habría alguna evidencia de que los ateos son menos morales que los creyentes. Pero es que no sólo no la hay, sino al contrario, pues de acuerdo al Informe de Desarrollo Humano de la ONU de 2005, las sociedades más ateas, de países como Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Suecia, Suiza, Bélgica, Japón, Holanda, Dinamarca y el Reino Unido, son las más saludables, según indicadores que destacan la expectativa de vida, alfabetismo, ingresos per cápita, nivel educativo, trato equitativo de los sexos, tasas de homicidios y mortalidad infantil. A la inversa, las 50 naciones actualmente clasificadas por las Naciones Unidas en los puestos más bajos del desarrollo son decididamente muy religiosas.

Pero yendo más al grano, al hablar de religión pensemos con el ejemplo cercano del cristianismo. Así, si fuera cierto que la religión es la fuente de acceso a la moralidad, y dado que no habría, según se dice, bases laicas para ser moral, una sociedad en la que la población sea mayormente religiosa (i. e. cristiana) daría por resultado una armonía social alta. Y si fuera verdad que la creencia en un Dios creador, omnipotente y amoroso permite a cada uno de los creyentes en él preocuparse por la inmortalidad de su alma, tendríamos por resultado que los ateos serían, cuanto menos, quienes llenen las cárceles, que es el lugar donde acaban los inmorales cuando la justicia civil funciona. Pero resulta que nada de eso se corresponde con la realidad, a juzgar por lo que puede considerarse la investigación más rigurosa, amplia y concluyente de las realizadas hasta hoy para conocer la relación entre religiosidad y salud social.

Los estudios precisamente demuestran lo contrario, esto es, no sólo que las personas creyentes no tienen un sistema moral más infalible que el de los que no creen en Dios, sino algo «peor»: que mientras más religiosa es una sociedad, mayores son los índices de disfuncionalidad. Y, a sensu contrario, mientras más laicismo se respira, mejor van las cosas. A mayor religiosidad, peor sociedad, como se demuestra en el estudio de Gregory S. Paul, de 2005 publicado en el Journal of Religion and Society (EEUU). Con un impresionante muestreo realizado sobre 18 de las democracias más desarrolladas del mundo, y que relaciona la cantidad de población que confiesa ser religiosa -no sólo creyente, sino también practicante- con las tasas de homicidio, aborto y embarazo adolescente. Sobre una base de datos de nada menos que 800 millones de personas, el resultado es un verdadero escándalo para quienes siguen sosteniendo que la religión es fuente y garantía de moralidad. Y de donde se sigue que, contra lo que pueda parecer, los creyentes abortan más y que casi no hay ateos en las cárceles, de donde difícil será establecer su mayor inmoralidad. Así pues, no son precisamente los practicantes religiosos quienes no mienten ni roban, quienes son más solidarios y quienes aman a su prójimo como a sí mismos, y a los hechos me remito.

Quizá podemos preguntarnos, si no será más bien la irracionalidad antes que la «impiedad» la causa de lo que llamamos «actos inmorales», y, en mi modesta opinión, creo que podemos dar una respuesta afirmativa a esta cuestión y equiparar la irracionalidad con la religiosidad. Acaso porque una moralidad basada en seres imaginarios tenga un efecto apenas relativo en el mundo real, que es donde vivimos y para el cual construimos toda moral. Así, viene perfectamente a cuento el aforismo del Premio Nobel Steven Weinberg: «Con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión.»

Fernando G. Toledo y Fernando Cuartero.
Publicado en La Verdad.

Publicado en Razón Atea.

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